miércoles, 18 de diciembre de 2024

El Erotókritos, una joya griega de la época del Quijote

Después de muchos años, vuelvo a escribir una entrada en este blog. Y lo hago ni más ni menos que para hablar de mi obra literaria favorita y la que más me ha hecho llorar: el Erotókritos (también escrito en español como Erotócrito), un poema narrativo del cretense Vitsentzos Kornaros.


Cuando pensamos en Grecia, se nos suele venir a la cabeza la Edad Antigua, los bellos templos con sus frontones, las clámides y las esculturas, y el azul de su cielo y sus mares. A Grecia se la encasilla tanto en la Antigüedad que resulta extraño hablar de ella para referirnos a otras épocas; se trata de una especie de efecto Nelson Mandela. En esta entrada os hablaré de la Grecia de hace cuatrocientos años.

Nos hallamos en la isla de Creta, en los albores del siglo XVII. Treinta años han pasado de la batalla de Lepanto y casi toda Grecia ha caído ya bajo el yugo otomano, pero no Creta, que se encuentra en manos venecianas. Tan solo medio siglo queda para que la isla pase a ser un dominio más del futuro sultán Mehmed IV.

Mientras tanto, los cretenses ya llevan cuatro siglos siendo súbditos de la próspera urbe del Adriático y, con ello, el esplendor cultural que se está viviendo en Europa occidental también alcanza la antigua patria de los minoicos. Al mismo tiempo, España vive su Siglo de Oro y Shakespeare deslumbra en Inglaterra, pero a Creta también ha llegado el fénix del Renacimiento o, como se dice en griego, la anagénesis, es decir, el nuevo génesis.

Junto al Erotókritos, entre los mayores exponentes del Renacimiento cretense se encuentran el dramaturgo Georgios Hortatzis, autor de la tragedia Erofili; y, por supuesto, el pintor Domínikos Theotokópoulos, El Greco, que nació en la capital, la actual Heraclión, antiguamente conocida como Candía y también como Castro, es decir, Castillo. La siguiente imagen corresponde a una representación de la Erofili, concretamente de los instantes finales de la obra.



En lo que respecta a la autoría del Erotókritos, se sabe que fue escrito por Vitsentzos Kornaros, pues en los últimos versos de la obra el poeta nos revela su nombre: «He visto que muchos desean saber quién ha escrito este poema. Ni me ocultaré ni permaneceré en el anonimato. Vitsentzos es el poeta, de la familia Kornaros. Que lo hallen sin pecado cuando la Muerte se lo lleve. En Sitía nació, en Sitía se crio. Allí trabajó en lo que escribe para vosotros. En Castro se casó, como la naturaleza aconseja. Su final llegará cuando Dios lo decida».

Con estos datos que el poema ofrece, los investigadores llegaron a encontrar hasta siete candidatos; no obstante, hay uno de ellos que sobresale claramente: un tal Vitsentzos Kornaros nacido en Sitía, al este de la isla, en 1553. Era miembro de una noble familia venetocretense que se casó en Castro, en la moderna Heraclión, en 1590. Ocupó diversos cargos en la administración de la isla y compartió intereses literarios con un hermano que fundó la academia de los Stravaganti. Tanto Vitsentzos como su hermano, Andreas Kornaros, escribieron también poesía en italiano. Finalmente, moriría en 1613 o 1614, poco antes de que también nos dejaran Miguel de Cervantes y William Shakespeare.



Aunque desde primera hora el Erotókritos gozó de popularidad y circuló en varios manuscritos, habría que esperar todo un siglo, hasta 1713, para que por fin apareciera impreso. Esta primera edición fue publicada en Venecia por Antonio Bortoli, que se especializó en llevar a cabo publicaciones para los residentes griegos y armenios de la ciudad. Posteriormente, en el siglo XIX se imprimirían en Atenas numerosas ediciones populares de la obra que se diseminarían por todo el mundo grecoparlante: por aquel entonces no había vendedor ambulante que no llevara consigo copias de la obra, tal y como afirmaba el célebre poeta Giorgos Seferis al recordar su infancia en Esmirna, la actual Izmir. Ya en el siglo XX destacan dos ediciones críticas de la obra, la de Stéfanos Xanthoudidis, de 1915, y la de Stylianós Alexíou, de 1980.



Pero volvamos al 1600 para conocer mejor el contexto de la obra. Por supuesto, no cabe duda de que los cretenses cultos de la época eran conscientes del glorioso pasado del que una vez gozaron los antiguos helenos, aunque sus conocimientos de los detalles exactos probablemente no eran del todo precisos. De aquella Grecia, una vez faro del mundo occidental, solo quedaban ya ruinas y un presente ignominioso tras siglos de dominación foránea. Ante tal situación, no es de extrañar que germinara una inmensa e irresistible nostalgia. ¿Cómo dar salida a tales sentimientos? Plasmarlos en un cuento romántico fue la opción por la que se decantó Vitsentzos Kornaros.

El Erotókritos consta de 10012 versos agrupados en pareados con rima consonante. Los versos son de quince sílabas, muy típicos de la poesía popular griega medieval y moderna; se dice que con estos versos las palabras corren libremente, como un carro sobre una buena superficie para la conducción. El poema está compuesto, pues, según el ritmo tradicional de las mantinadas cretenses. Las mantinadas, que suelen tratar de asuntos amorosos y satíricos, se suelen cantar o recitar principalmente en bodas, bautizos y otros festejos, siempre en compañía de la lira y el laúd.

El Erotókritos se divide en un total de cinco partes: alfa, beta, gamma, delta y épsilon. La historia se ubica en una especie de Grecia imaginaria: por un lado, nos hallamos en una Grecia pagana, pues, según el autor «la fe todavía no tenía por aquel entonces raíces firmemente consolidadas»; sin embargo, por otro lado, también aparecen elementos propios del mundo medieval, como las justas de caballeros y, de hecho, la obra es una especie de libro de caballerías en verso.

Nada más comenzar la primera parte del poema, el poeta señala que lo que lo ha impulsado a contar este cuento de ejemplar fidelidad entre dos jóvenes amantes es la inestabilidad de la fortuna. La fortuna se convirtió en un tema extremadamente frecuente en la época del autor, como podemos observar en Laberinto de Fortuna de Juan de Mena o en la copla X de Jorge Manrique («Los estados y riqueza que nos dejan a deshora ¿quién lo duda? No les pidamos firmeza, pues que son de una señora que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni ser estable ni queda en una cosa»). También lo podemos ver en La Celestina: ¿por qué todos los personajes que mueren en la Celestina, salvo la propia Celestina, caen antes de morir? Esa caída simboliza la caída de la rueda de la fortuna. Lo mismo sucederá con La vida es sueño; así pues, dice Segismundo: «la Fortuna no se vence con injusticia y venganza, porque antes se incita más; y así, quien vencer aguarda a su fortuna, ha de ser con prudencia y con templanza».



Así pues, nos dice el autor del Erotókritos: «Los giros de la rueda que todo lo trastocan y que a veces a los cielos y otras a los abismos nos llevan, y el tiempo, que nunca reposo nos deja y que hacia el bien y hacia el mal camina presuroso, y el temblor de las armas y el poder del amor y las bondades de la amistad me llevaron el día de hoy a rememorar lo que les ocurrió a dos jóvenes que se fundieron en un amor puro sin tacha».

La historia se ubica en Atenas, centro de sabiduría y toda nobleza, a la que gobierna el poderoso rey Iraklis. Tras varios años sin conseguir engendrar un hijo, su esposa Artemi finalmente concibe una hija. Esta hija, a la que llamaron Aretusa, aparte de convertirse en una joven de incomparable belleza, también mostró desde temprana hora una gran curiosidad intelectual.

Unos de los consejeros del rey, Pezóstratos, tiene un hijo llamado Erotókritos, un joven excelente y sin igual. Cabe destacar que, a lo largo del poema, a Erotókritos siempre se le llama Rotókritos, sin la “e” inicial, e incluso Rókritos; no obstante, su nombre completo, es «Erotókritos», que significa 'el que sufre de amor', del mismo modo que Aretusa significa 'la virtuosa'.



El importante cargo de su padre le permitía a Erotókritos frecuentar a diario el palacio; no obstante, un día, el primero que ve a la princesa Aretusa, cae locamente enamorado. Tras intentar en vano suprimir su pasión cazando, termina desvelándole sus sentimientos por la hija del rey a su amigo Polýdoros, al cual le parece esto un disparate, dada la diferencia de clase social existente entre ellos: ¿cómo una dama de la realeza iba a casarse con el hijo de un consejero? Erotókritos le responde hablándole sobre el poder del amor; no obstante, le dice que por el momento intentará olvidarla, aunque haya de morir por no volver a ver a Aretusa. El amor por Aretusa lo compara con el vuelo de Ícaro: sube hasta las alturas del cielo, pero sus alas terminan quemándose una y otra vez.



Por supuesto, Erotókritos sigue abrasado por este amor y, para templar su dolor, comienza a dedicarle serenatas nocturnas a su amada bajo las ventanas del palacio: «cuando llegaba la fresca noche que trae descanso a la humanidad, él cogía su laúd y dirigía incesantemente sus dulces cantos al palacio: la mano dulce como la azúcar, la voz como la del ruiseñor, que todos escucharan sus cuitas y se lamentaran. Habló de las pasiones del amor y de cómo este lo hizo enloquecer […]. Sus penas traspasaban los corazones, partían los mármoles y al hielo lo hacían hervir».

Aretusa también se enamora enloquecidamente: «Oriente y Occidente se confundieron y quedó muda y ciega como una piedra. [...] Marchaba a tientas por el camino del amor buscando a su amado y de repente sus ojos se iluminaron y se marcharon las tinieblas».



Sin embargo, Erotókritos se encontrará con la oposición del rey. Incluso tras vencer en un torneo de caballeros, el rey seguirá impidiendo la boda entre los enamorados. Me encanta el momento en que el narrador nos presenta a los caballeros: primero, Dimofanis, señor de Mitilene; segundo, Andrómajos, príncipe de Nauplia; tercero, Filáretos, señor de Metone; cuarto, Iraklis, señor de Eubea; quinto, Nikostratis, señor de Macedonia; sexto, Dracómajos, señor de Corone; séptimo, Tripólemos, señor de Valaquia; octavo, Glikáretos, señor de Naxos; noveno, Spithóliondas, señor de Karamania; décimo, Pistóforos, príncipe de Bizancio, cuya magnífica opulencia asombra a todos menos a Aretusa; undécimo, Drakókardos, señor de Patras; duodécimo, Kyprídimos, príncipe de Chipre. El penúltimo es Erotókritos, en representación de Atenas, todo de blanco y montado en un caballo negro. Y, finalmente, todo de negro, en eterno luto, llega Jarídimos, príncipe de Creta y gobernante de la afamada Gortina. Había vivido una historia trágica, similar a la de Céfalo y Procris. Desde la muerte de su amada, había ido vagando por numerosas tierras, de torneo en torneo, para llevar todos los trofeos a la tumba de su amada.



La historia continúa, pero ya dejo que vosotros lo descubráis por vuestra cuenta. Tal vez otro día cree una nueva entrada sobre el resto de la historia.

¿Os imagináis que Cervantes se hubiera enterado de la existencia del Erotókritos? El nivel de locura de don Quijote, como mínimo, habría sido el triple. Aretusa habría sido una dura competidora para Dulcinea.

Escuché por primera vez el Erotókritos cantado allá por el año 2007 o 2008: estaba viendo la serie Της Αγάπης Μαχαιριά, que se ambienta en Creta, y en el primer episodio, antes de los diez minutos, ya sale uno de los personajes cantándolo. Desde entonces, he ido encontrando otras versiones del Erotókritos, de entre las cuales mi favorita es la del compositor Mamangakis. He aquí la escena de esa serie a la que me refiero.

En ella se narra el momento en el que Erotókritos le comunica a Aretusa las tristes noticias («τα θλιβερά μαντάτα») de que su padre, el rey, lo ha expulsado del reino y le concede tan solo cuatro días para marcharse («Τέσσερις μέρες μοναχά μου 'δωκε ν' ανιμένω»). Es, posiblemente, la parte más famosa de la obra. ¿Volverá nuestro caballero al reino?



Más tarde, descubrí que un escritor cretense del siglo XX, Pantelís Prevelakis (nacido en 1909, es decir, de la generación del poeta español Miguel Hernández y del griego Odiseas Elitis) compuso su propio Erotókritos, al que llamó El nuevo Erotókritos (Ο νέος Ερωτόκριτος). Así pues, cuando me encontraba buscando nuevas versiones del Erotókritos, di con la versión musicalizada del Erotókritos de Prevelakis, que no me canso de escuchar una y otra vez.

En El nuevo Erotókritos, escrito durante la época de la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), Aretusa emerge como el símbolo de la libertad y a Erotókritos lo vemos encarcelado en una prisión, como si fuera un Prometeo encadenado. Erotókritos también desciende al infierno, donde contempla el sufrimiento de los condenados, al modo de Dante en la Divina comedia.

Y eso es todo por hoy. Me despido con varias canciones del Erotókritos de Prevelakis. ¡Un saludo!













Bibliografía y dictiografía

Vitsentzos Kornaros, Erotokritos: A Translation with Introduction and Notes: 14, Byzantina Australiensia, 2007, Leiden

https://antifono.gr/erotokritos-prevelakis/

https://www.vitsentzoskornaros.org/